Que hacian ustedes en esa fecha?
Yo recibia en mi casilla de mensajes el email que compartiré con ustedes a continuación; entre otras cosas... dos mil cuatro un año par por donde lo mires, uff.
Perdóname si tardo algunos años
Perdóname si tardo algunos años
Todavía en dejarte.
Aprovechando la amistad de un ala
tan parecida al viento
que dio la vuelta al mundo en unas horas
vengo a recorrer la tierra en busca
del mejor sitio para que te quedes.
Probé primeramente
innumerables sombras vegetales:
la del ciprés en cuya negra losa
nuestra memoria escribe
los epitafios al mejor recuerdo;
la sombra de los chopos,
que es igual que bañarse o que temblar;
la del sauce tan tristemente seca
como el esqueleto de un llanto.
Y quería dejarte
protegida del sol y sus excesos
bajo ese amor que en una sombra hay siempre,
más no encontré ninguna
-y he probado jazmines y palmeras-
con ese temple exacto
entre el calor y el frío
que es la felicidad para tu sangre.
Las sombras no nos sirven.
He probado, los hechos
de agua, de tierra, o pluma,
que el mundo ofrece al hombre, vivo o muerto.
Pensaba yo en un mar donde estuvieras
A lo divino, ligerísima,
Flotante y distraída,
Toda puro blancor, como una espuma
Sin pecado y sin rumbo,
Jugando eternamente con su gracia
Soltera y cuya edad
Se hiciera y deshiciera, a cada onda.
Yo te habría podido
Por las tardes mirar desde un delfín.
Pero los mares
No han aprendido todavía las tibiezas
Que tu cuerpo merece
Por haber sido amado lentamente:
Son demasiado fríos, por la noche.
He recorrido playas
Buscando arenas cada vez más finas,
Como el que va buscando pensamientos
Más claros cada vez, de un alma a otra.
Pero nadie sabrá
lo enorme que son todos
los granos de arena, sus aristas
el daño que hacen a los cuerpos tiernos,
si no ha querido como quiero yo
deja a un ser sobre su misma dicha.
Pensé en maravillosas cuevas hondas;
entré, pero los ojos,
a los días de vivir allí
se sentían heridos
por la implacable claridad, por esa
luz tenebrosa y dura, luz sin sol,
sin luna, luz sin padres, sin entrañas,
tan idéntica a otra
de que vamos huyendo en esta vida
porque nos quita la mejor ceguera
a fuerza de evidencia dolorosa y clara.
Y yo nunca he querido
dejarte en nada que dolor parezca.
Desesperadamente
entré en los almacenes
De más pisos del mundo, preguntando
Por camas, por divanes, por cojines.
Los cojines a veces,
Según me han dicho, están rellenos
con sombras de los sueños, con retazos
de algunas ilusiones sin empleo,
que las personas débiles entregan
a cualquier precio, por estar tranquilas.
Por eso a ratos nos consuela tanto
Reclinarnos en ellos y sentimos
su blandura como una compañía.
Pero dejarte así
Es como si siguieras
En donde estás todas las tardes, en tu casa,
De cinco a seis, bajo ese techo blanco
En donde tu mirada
Escribe sin que llegue la respuesta.
Y yo quiero dejarte
Bajo techos que siempre te respondan.
He mirado las manos, muchas manos.
Las manos son muy grandes y se puede
dejar a un ser entero en unas manos,
lo mismo que se deja
nuestro futuro si tenemos fe,
en nombres de dos sílabas abiertas.
Pero las manos casi nunca saben
estar abiertas, siempre tienen ansia
de apresar, de cerrarse, haciendo suyo
eso que en ti no quiere ser de nadie
y que igual que los ampos de la nieve
a mí se me deshizo entre los dedos
por quererlos guardar. No encontré unas
que supieran se, invariables,
tal como tú las quieres, todas palma,
como están las llanuras para el cielo
que en ellas vive eternamente libre,
entregado a su azul.
Y además en las palmas
hay líneas extrañas
que marcan rumbos y trazan sinos,
que no entendemos bien. Y si te dejo
quiero dejarte en algo
tan terso como un lago
antes del primer viento de este mundo,
donde tú sola inventes tu destino.
Unas manos conozco
Donde podrías descansar a gusto,
Si no fueran las mías. ¡Sí, qué sueño
entregarte a mis manos,
como si fueran otras, y otro yo!
En nuestro ser mortal ya no he buscado
Después lugar donde poder dejarte.
Ni siquiera en aquella coincidencia
de un pecho, de unos ojos, de unos labios,
tan de color de albergue,
que en ella, te solías tú dormir
con ilusión de eternidad, por techo.
Porque allí ya estuviste, en unos ojos,
En unos labios, en un pecho abiertos
cuando ellos intentaban ser
el paraíso de tus ángeles
donde sus alas nunca más pidieran
otro aire donde volar.
Y como lo pidieron, ya por último
pensé en dejarte en un camino.
Las sendas que probé te están estrechas:
acaban siempre en cuadros de familia
cuando a las once la emisión de radio
se ha terminado y hay que ir a dormir.
En los trenes ya has ido,
en los trenes nocturnos
donde dan el billete con su sueño,
y donde tú nacías,
tan bella y tan desnuda a la mañana,
como la última Venus,
sobre las ondas de ese mar metálico
que es la velocidad de los expresos.
Y el adiós, el dejarte
en el anden de una estación, como otras veces,
por bonitos que sean los carteles
donde anuncian los cielos de llegada,
crearía en mi pecho
el mismo error que el mes de mayo inspira:
y es que puedes volver. Y ese fatal
horizonte de antes: la esperanza.
Y de los barcos ya se sabe todo
desde que traicionaron a los vientos.
Salen a fechas fijas,
dejan siempre en un puerto
todo lleno de hoteles
con enormes letreros luminosos
que dicen Franklin, Monopole, Minerva,
mucho más tristes que la Vía Láctea.
Y ya no hay esperanzas de naufragios.
Por eso
perdóname si tardo
todavía en dejarte y si te miro
hasta el séptimo cielo de los ojos,
atentamente sin llorar, sereno,
en busca de una estrella o de un quizá,
donde estuvieras bien. Y mientras tanto
aun seguiremos juntos,
unos minutos más, hasta las siete.
Pedro Salinas
¡Cuantas veces te has vuelto!
¡Cuántas veces te has vuelto!
Recuerdo que una noche te pusiste
De espaldas a mí, como si me olvidaras.
¿Es la espalda el olvido?
Tu espalda, ancha, espaciosa
Era un olvido
Por donde mi recuerdo iba buscando
Delicias de tu cuerpo frente a frente,
Como otras veces me lo diste;
igual que la mirada
que pasea tristisima
de lucero en lucero,
por las estrellas de la noche, de esa
gran espalda, la noche,
del gran cuerpo del mundo, luz y día.
Me faltaba
la luz total, tu frente, tú de frente,
pero mis ojos
por el ámbito quieto de tu espalda
encontraban las señas milagrosas
del otro lado, sí, los restos de tu luz.
Y a esa luz de tu luna, de tu dorso,
del resplandor de ti que aún me quedaba,
supe esperar a que volviese el día:
de un reflejo viví de lo vivido.
Te volviste por fin, al despertar.
¡Cuántas veces me has dado
la espalda más terrible, que es la ausencia!
¿Por qué no despedirse
de frente, sí, de frente,
ir paso a paso atrás, pero mirándose,
de modo que la última
imagen de nosotros fuera siempre
la de unos ojos que aunque ya no ven
siguen mirando siempre a lo que quieren?
Una mirada
que traspasase vanas apariencias:
paredes, seres, cielos, años
que esa casualidad llamada vida
se encapricha en poner
entre los dos destinos
que llevan nuestras iniciales.
Dos seres no se apartan
Más que cuando engañados:
porque ya no se ven
se creen que están solos
y dejan de mirarse,
sin tomar la lección del mar y el cielo,
que vencen sus distancias contemplándose.
Si tú te equivocaste alguna noche
bailando con algunas realidades
tan sólo porque estaban a tu lado
es por no serme fiel con la mirada.
Yo estaba allí.
Ninguna soledad me dolió tanto
Como esta de los ojos sin respuesta.
Y también el silencio es una espalda.
¡Cuántas veces he estado
Esperando tu voz, como esperando
Un movimiento de tu ser entero,
En volverte total hacia mi alma!
Hablar siempre es volverse.
Si tu voz viene a mí
es que tu cara está frente a mi cara.
Al hablarnos nos vemos. El silencio
Por inmenso que sea se quebranta
echando en él un nombre de persona;
lo mismo que una vasta
superficie de agua vibra toda
y cambia su dureza cristalina
por un temblor de pecho palpitante,
respiración concéntrica de ondas,
si alguien en ella arroja
una piedra, y su peso, como un nombre.
Una palabra puede
salvarlo todo si se la echa allí
en el agua del alma que la espera.
Una noche yo mismo,
por darme tu la espalda del silencio,
me sentí vidrio, hielo,
sin hondura detrás, y yo vacío,
que iba a hacerse pedazos
en cuanto lo tocara algún azar.
Y de pronto tu voz, tu voz cayendo
en el centro de mí
me hizo sentir la vida
como un crecer de amor y amor y amor
dentro del amor, en infinitas ondas
que llenaron mi ser hasta los bordes
donde se acaba el ser y empieza el mundo.
Es porque te volviste, con tu voz.
Siempre te volverás; es tu promesa.
Y aunque un día
no me hables, ni me mires, ni estés cerca,
aunque parezca que no existes ya,
esperaré que vuelvas, que te vuelvas.
Por ti creo
en la vida que está siempre queriendo
volverse hacia sí misma, hacia la vida.
Por ti creo
En la resurrección, más que en la muerte.
Pedro Salinas
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
2004 que año...
Muy buena la poesia de Salinas...
que hice en esa fecha???
yo recibi un mail parecidisimo en esa fecha donde si bien la pasion era lo prevalente, estaba viva.
Pest
“Podríamos dar la vuelta
al mundo
por todos los viajes que no hicimos”
Yo en esa fecha no sé qué estaba haciendo pero ... llevaba menos de un mes de novia así que me lo puedo imaginar. Juas.
Cómo pasan los años, no?
Publicar un comentario